Paso por una florería,
compro un ramo de flores blancas,
las que siempre fueron tus preferidas.
Camino hasta llegar
donde yacen tus cenizas,
junto a las de mi padre y hermano.
Me persigno.
Cambio el agua del florero,
y acomodo las flores...
Me quedo parado delante
y me pongo a rezar.
No puedo evitar mis lágrimas,
recordando un pasado
que nunca más volverá.
Pero sigue viviendo
en mi recuerdo
y en mi alma.
No sé calificar
si lo que me ocurre,
es de un hombre inmaduro,
o de un anciano ser
con corazón de niño.
Fuere como fuere,
¡qué me importa!
Siempre he expresado
lo que siento,
cualquiera fuese mi edad.
Hasta veo muy normal
que cuando tengo una alegría
o una pena, me dirijo a Dios,
a ti...o a mi amada,
la cual a veces está presente,
y en muchas ocasiones ausente.
Debo aceptar mi sino.
Hoy tengo en mi alma
una gran pena.
Una tremenda angustia.
Y estando delante de ti,
mi tristeza se aplaca.
Tú estás viviendo
con el único amor de tu vida,
mi padre... y uno de mis hermanos.
A los tres los ha llamado
el Señor, y junto a Él
han de estar...allá arriba.
Hace ya más de treinta y nueve años
que has partido al viaje definitivo.
Vengo a descargar mi angustia
con un llanto interno.
TÚ CONOCES SEÑOR MI CORAZÓN,
como tú madre.
No es necesario
que nada más te diga.
Pariste cinco hijos,
y solo quedamos tres.
María es tu nombre,
como la madre de Jesús...
DIOS TE SALVE MARÍA,
LLENA ERES DE GRACIA,
EL SEÑOR ES CONTIGO...
Derechos reservados de autor(Hugo Emilio Ocanto - 01/03/2014)