Existe un verso que jamás se detiene
como un tren derivando en espirales
hacia la tierra de nadie
o de todos
hacia cada sur, hacia cada norte,
este u oeste
sin pedirnos ni siquiera el destino.
A veces en las plazas,
a veces en las estaciones,
en los bancos oxidados
o en el reflejo de los cristales
una mujer mirando un gran aro dorado
sueña con el sueño del otro
o del mismísimo ser amado
y con sus agujas teje y entreteje un tiempo
hasta hacerlo de vida un ovillo.
A veces es mucho mas simple
volando sigilosas canciones
se concurre a los más recónditos lugares
y el aire nos devuelve con palabras
parte de ese brillo.
Es el amor que crece en las orillas
del cauce marrón y plateado
adornado con flores yace
monumento sagrado,
río, virgen,
manto celeste y blanco
triste la mano
acariciando los cabellos del olvido.
Volver sobre los pasos significa
escudriñar entre la niebla de los ojos cercanos
sentir el placer de los labios apretados hasta el mordisco
la forma de los cuerpos en la sábana arrugada
la tenue luz sobre los árboles
en el imaginario espectro de los colores
y percatarse que en algún instante
ha llovido.
Una voz que se hace carne
un susurro, un aroma, un silencio
que en las pausas se hace pauta a paso tranquilo
y allí estás tú esperando,
leyendo, soñando
apretada entre la gente que te ignora
o que tanto te quiere
a los saltos para llegar a tiempo a alguna parte
alejada de ti misma,
con tantas cosas por delante
y con un pequeño regalo apretado entre tus dedos
un pedacito de vida,
un pequeño instante de tiempo
un momento de cariño
y te marchas serena a lo que viene
como si nada mas
o nada menos
hubiese ocurrido.