Amor a las entradas de la cornea.
La pasión corría por sus venas al toparse con tan hermoso destello azabache. Entonces supo la realidad de sus desgracias.
Intrépida libertad.
Se sentía libre en su jaula. Volaba hasta el cansancio. Murió colgada de la puesta del sol. Su cuerpo descompuesto ante al pasador de su vida.
Tiempo de la llamarada.
Verse ante las manecillas del reloj era una aventura. Cada corazón anhelaba la llegada de las doce. Entre llantos y besos el último adiós parecía ser eterno. Dos almas se hacían una en la distancia recordando aquel viejo reloj.
Desperdicios de la vida.
El humo se asfixiaba por sí solo. El negro se hacía rojo, se hacía blanco o gris. No importaba. Aquel instante de placer marchitaba lo que un corazón roto no podía remediar.
La ventana.
La vida se iba eterna en un beso. Como aquel corazón latía por su brillo. Ella iluminada de pies a cabeza. Solo sabía sonreír entre lunas llenas y pasajes secretos.