¡Hallé tu gracia!
Desde el pedregal de mi vanidad
y mi arrogancia, divisé unas huellas;
desde mi estupidez, mi soberbia
y mi ignorancia, sospeché una ciencia;
la curiosidad, gusano intelectual
bueno y malo me ayudó a indagar,
hallé Tu Mano y me así de ella.
Me hiciste caminar, me fuiste guiando
por sendas increíbles, insospechadas,
de la nada y el ritual me rescataste,
trayéndome a La Vida en Tu Palabra.
¿Cómo agradecer tu bondad inmerecida,
cómo resistir a tu dulce Espíritu Santo
que, en tu voluntad, ahora habita
dentro de mí, por tu regalo?
Alabado seas, ¡muy alabado!
Jesús, Señor, Rey y verdadero Dios,
único Nombre dado en salvación
al ser humano!
A ti me abro y entrego, sin condiciones,
en retribución, pues me has ganado
con el inconmensurable
amor con que me amaste,
a pesar de todo mi pecado.
¡Qué difícil me sería, si es que no fuera
que Tú mismo me provees la fe para creer,
que tu acto vicario en la madera,
dos mil años atrás en Palestina:
Mi alma regenera,
a la maldad domina,
me da vida nueva,
poder, para poder ser lo que Tú quieras
y para que yo quiera obedecer
tu voluntad buena y eterna!
Ya no me resisto más,
ya no pienso más por mi cuenta
ni a mi manera,
sino que me dispongo,
cual la misma tierra
que el cielo riega y que,
para recibir tu bendición:
sólo la espera.
Has tu obra en mí,
hallé tu gracia...
¡Nada más cuenta!