Catedráticas nubes van formando el margen del cielo en la aurora de las mañanas. El sol ha madrugado y con el canto del gallo se han despertado los oídos que habían estado dormidos en la cuna de la noche, noche misma que ha sido vientre del día que dormía siendo embrión, alimentándose de la luz de las estrellas que fueron un roce de pintura, cuando estabas poniendo tus manos diestras al crear los más hermosos colores para un mundo de ilusiones de las cuales nos enseñaste a creer.
Al ver el cielo es posible imaginar tu mirada, siempre presente hacia nosotros y nosotros ausentes a ella, ese celeste con tal transparencia que hace suscitar el corazón, esa pureza que cae en los campos en forma de gotas que dan vida a la flor, las que han estampado en los campos la belleza tornasolada del arcoíris, símbolo de tu alianza con la humanidad.
Oh Dios! Hiciste que del suelo se nutrieran nuestras raíces con su alimento, haces que una sonrisa ilumine toda una existencia, tu que pusiste una lira en el canto de los pájaros, y miel en las flores, tu que originas el milagro de la vida en un punto fecundado y dibujas los crepúsculos del día a día en un estante de aire perdido en el universo.
Tú el único sentido de la vida, nos enseñas el verdadero amor en cada obra que haces y solo para que lo practiquemos como tu hijo Jesús.