Tenía el alma desnuda
en aquella noche gélida,
mi cuerpo helado parecía
un negro fantasma sin medida.
¿Cuánto tiempo estuve así?
No lo sé, quizás media vida;
la soledad, mi amante fugaz,
que no me dejaba vivir.
Pero llegaste tú, silenciosa,
¡ángel de esta tierra!
Vendaste mis heridas,
y de mi paz, la gloria.
Comprendí por qué existe el mundo,
los cielos, las montañas y el mar;
ahora sé por qué nacemos
y odiamos la soledad.
Caminando en mi tierra trémula,
costal de pies cansados;
una luz radiante que pasaba
se detuvo al paso.
Y pude ver en la oscuridad
cómo todo se volvía luz.
Una estela de amor
revolvió mi quietud.
Hoy sé que el día es azul,
aunque se pinte gris,
la luz que ilumina el corazón
no puede tener fin.
A ti, te debo mis ojos,
¡los de marfil!, ¡los del alma!
A ti, barquita de mi naufragio,
marinera que nadas.
Ahora mi cielo es un arcoíris,
crepúsculo de color.
Porque tus manos son acuarelas
con tintas de pasión.
Danza a mi lado, princesa,
por ti desprendí la armadura,
la que me protegía del desamor,
la que brillaba como la luna.
Y si tu presencia en mi mente,
en mis retinas,
no es más que una invención.
Si cuando te miro y desvanezco
solo es el desconsuelo
de la triste imaginación,
que me diga y me demuestre
quién al yo quererla
me quita la razón,
porqué cuando la miro
mi alma plena ríe
y al sentirla lejos,
llora mi corazón...