La miel se derrama de tu mirada
y es muy empalagosa,
pero lo devoro hasta que no queda nada
a pesar de que quiero ser alentosa.
No hay placer más grande que contemplar esas gemas
aunque debo admitir
que sólo engendran problemas
pues la sumisión no quisiera descubrir.
Pero me muero por volver a encontrarme con esos castaños del amanecer,
y ver cómo se dispersan entre las nubes
y cómo se esconden en el atardecer
viendo que al cielo suben.
Da igual; prisionera de tus ojos quiero ser,
y de su dulzura jamás quiero carecer.