La pluma era su vida. Con ella reflejaba la tristeza que tenía nombre propio. Él se había ido. Y en la casa todos los objetos demostraban el mismo sentimiento. El televisor y la computadora no tenían imagen. El equipo de música no emitía sonido. Y los teléfonos móviles se apagaban. Esa sumatoria de cuestiones negativas la inspiró a escribir. Redactó horas. Páginas catárticas. De repente la tecnología volvió a funcionar en la casa, se encendieron todos los aparatos juntos. Pero el sonido no era caótico. Contrariamente, era una melodía armónica y serena. Su escrito había exorcizado su hogar, terminando con la tristeza de todas las cosas. Y con la suya. Se puso su vestido favorito y bailó sola. Sonó el timbre. Era la Libertad, que le tendía ambas manos. En el auto la esperaba la Alegría. Ambas le prometieron que ya no sufriría, que se cumplirían todos sus deseos. Y las tres pasaron horas recorriendo la playa. La Brisa Marina le confirmó que ya no habría saudades.