Este trabajo es igual a un matadero humano,
también una characa florecida de ranas,
croadoras y repugnantes, se respira
billetes de tres pesos, tal parece
que un malandro nos habita
presto a hacer de las suyas
sin importar su cola.
Se debe ser inhumano para poblar
este sitio de bruma, de tinieblas,
por que o te unes o te vas, así de simple.
La plática es un foso con alacranes,
yacarés y serpientes -no sé como
hacen para no despedazarse- volátiles
puñales, facas que tasajean el tiempo.
Aquí, el más duro trabajo es mantenerse
al margen, tras la viperina lengua o del ojo
que no te ve pero te mira, evitando
la risa que es mueca, el saludo que rompe
la calidez y siembra el polo, pero dícese
ser sangre de tu sangre.
Y yo, yo... vengo de otro planeta,
de una mejor via láctea que me enseñó
lo bueno y lo mejor, por que lo malo
lo voy viviendo aquí en carne propia.
Aquí siempre hay un motivo para cada cosa
y cada cosa es un pedazo de lengua
con levadura, una eterrna multipicación
por miles, un cuento de nunca acabar.
Croar es un lenguaje que desconozco
y me he tornado en un ser del que
desconfían por no ser átomo de su materia,
una partícula de ese velatorio que son
y les incomoda cuando dando vuelta
los dejo apático con su charla distante
de mi entender, por que no comparto
lo que se dice del uno o del otro aún
sabiendo que soy uno de los dos y que
de ahí no salgo ya que eres o no,
comes o aguantas.
Aveces, mientras oro al salir de casa
danme ganas de volver los pasos
y echar todo al carajo, al cesto de la basura
y pensandolo bien digo que para allá
me dirijo, sólo espero que al regresar
a mi hogar no me haya untado de tanta
pestilencia personal que hay en algunos
de los que me rodean, me sacudo la ropa
y limpio mis zapatos intentando llegar
tal como salí, sin mácula ni arruga.