Entre tanto una anciana con su bastón cruzaba la avenida ignorando al implacable semáforo, una radiante joven multicolor caminaba despreocupada siguiendo al Sol. Desde un primer piso, ambas eran contempladas por la madura profesional entre piadosa y añorante.
Enfrente, la cartonera con ropas gastadas seguida de sus niños, desvía pudorosamente la mirada ante el hemisferio violáceo que una vecina lleva en el pómulo izquierdo. En el bajo, detrás del alambrado vencido, está quien llena sogas lavando para otros y se lamenta por la niña embarazada que abandonó la escuela para vender pastelitos.
Una oficial, tensa entre la conmoción y la formalidad, atiende en la comisaría a una chica abusada por una patota. Mientras, por la misma vereda la sombra del dolor precede a quien la muerte, le llevó esposo e hijos. La monjita no logra consolarla.
Como la lluvia que no hace diferencias, la observación solidaria nos permita reconocer a quienes no son noticia pero hacen habitable al mundo. No serán tapa, afiche o calendario, son nuestras madres, esposas, hijas, hermanas, amigas. Compañeras de ruta.