En una inmensa sabana africana vivía una cebra y su pequeño potro. Siempre andaban juntos pastando y disfrutando del paisaje.
El pequeño potro fue descubriendo la grandeza de la amistad. Las abejas eran amigas de las mariposas, debe ser porque ambas vuelan y liban flores, se decía a sus adentros.
Las liebres son amigas de los ciervos, seguramente como ambos dan saltos, y se divierten jugando y por eso son grandes amigos, volvía a repetirse a sus adentros.
Debe ser por eso que no tengo amigos, porque nadie es como yo. ¿A quién le gustaría jugar con mis rayas o quien se entendería con alguien tan escurridizo y tímido como yo? Se preguntaba el pequeño potro de cebra mientras deambula solitario por la sabana, con lágrimas en sus ojos.
Siempre al regresar a su casa en horas del atardecer, su madre le preguntaba
Hijo, ¿conseguiste amigos hoy?
Y él le respondía, No mamá, no es fácil hallar amigos
Así fue pasando el tiempo y el solitario potrillo corría solitario por la sabana, acompañado de sus rayas y de su entusiasmo, abrigando siempre la esperanza de conseguir un amigo.
Una tarde lluviosa, el potrillo llegó feliz a su casa; Mamá, mamá, gritaba, he hallado un amigo, he hallado un amigo.
A ver hijo cuéntame, ¿quién es? ¿Cómo es?, quiero conocerlo, le dijo muy contenta la mamá cebra.
Es alguien muy especial, tímido como yo y juguetón, ah y tiene rayas igual que yo. Mientras yo corro por la sabana, él se esconde tras las montañas y se oculta entre nubes y hasta parece desaparecer, pero yo lo busco hasta que lo encuentro de nuevo y así nos divertimos mucho.
¿Sabes mamá? Hemos hecho una linda amistad, dijo el potro, ven para que lo conozcas, está allí afuera esperando.
Y el potrillo feliz salió con su mamá cebra al frente de su casa, y allí estaba su amigo el arco iris saludando alegre a los dos, con su amplia sonrisa de colores.
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Autor: Alejandro J. Díaz Valero
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Maracaibo Venezuela