Yo he visto una luz,
trueno confundido
que fue un beso,
unos labios viejos,
una boca arrugada
y un tierno silencio
en el centro de la sala;
yo sentí la magia,
un fuego que arde
mezcla de fatiga y honor
y el perdón de quien besaba.
Creí por un instante
en aquellos mágicos cuentos
que de amores eternos hablaban.
Yo, que jamás sentí
el amor ni aun siquiera
en mi adolescencia castigada,
ante mis atónitos ojos tenía
a dos guerreros desgastados
que al desamor
ganaron la batalla.
El tiempo, su tiempo, quizás corto, borbollaba en sus frágiles huesos
pero ella reía... Y él suspiraba,
y entonces, aún emocionado
pregunté a mi corazón
mientras meditabundo los miraba;
¿Por qué me mentiste
compañero del alma?
Me dijiste que no soñara,
que no hay pena ni alegría,
ni amante ni amado
que cien años durara,
y sin embargo hoy sé que
¡el amor eterno existe!
Yo lo vi en aquella sala,
una mirada cómplice,
dos cuerpos arrugados,
dos almas que se abrazaban...
Y en el centro de mí,
una gran deuda pendiente
con quien ahogó mi esperanza,
un corazón egoísta
que no me dejó creer
en los cuentos de hadas..