Las cadenas resonaban
con una fuerza espantosa
y por la ruta escabrosa
velozmente se acercaban;
a su paso destrozaban
cuanto hubiese en su camino
triturando cual molino
hojas, ramas y otras cosas,
pareciendo que furiosas
levantaban torbellino.
El pavor nos invadía
de los pies hasta los dientes
abrazados y carentes
de defensa y valentía;
cada cual se protegía
según su propia destreza
apelando a su viveza,
fortaleza y nerviosismo
vigilaba de sí mismo
desde su propia torpeza.
Para entonces Susanita
tan decidida y tan terca
llegando estaba a la cerca
con una audacia inaudita;
el sentimiento la incita
a desoír su temor
e imponiéndose su amor
llama a su perro a mil voces,
sospechando hechos atroces
intensificó el clamor.
La vegetación temblaba
inserta en la conmoción
tan grande perturbación
hasta al follaje alcanzaba.
El temor que allí acechaba
a todos estremecía,
ya que a lo lejos se oía
el quejido lastimero,
de aquel perro zalamero
que a su amiga respondía.
De pronto entre los arbustos
el crujir de la madera
que al desgarrarse perdiera
trozos frágiles y adustos.
Eran los leños vetustos
de un cafeto abandonado
que mantenían postrado
aquel poder tan genuino,
del temerario canino
en brega muy apurado.
El matorral agitado
con tantos gritos y penas
daba paso a las cadenas
de animal endemoniado,
abriéndose apresurado
desde matorral adentro
marcaba ruta de encuentro
al final inevitable,
de aquel hecho memorable
de un encuentro y desencuentro.
Sucedió que al darse cuenta
que el peligro se acercaba
Susana ya no gritaba
mas permanecía atenta;
de toda prudencia exenta
expuesta se mantenía
sabiendo que no podía
abandonar a su perro,
su sentimiento cual hierro
erguida la sostenía.
Desde charral provenían
mil diferentes sonidos
que al sernos desconocidos
a escapar nos compelían;
mas los tiempos requerían
de un puñado de valientes
y así apretando los dientes
nos dispusimos a todo,
tratando de hallar el modo
de controlar nuestras mentes.
La llama de la fogata
con el viento revivía
la leña verde que ardía
crujía de pena ingrata;
cual dolor que se dilata
entre afán y pesadumbre,
con el vaivén de su lumbre
se encendían los sentidos
tornándolos prevenidos
en medio de incertidumbre.
De un salto entre los matones
apareció al fin el perro
regresando del destierro
cubierto de sabañones;
relamido de emociones
sus congojas nos narraba
su larga cadena halaba
sobre la grava ruidosa,
mientras su nariz curiosa
algo extraño olfateaba.
Vaya curiosa jugada
la oscuridad orquestó
nuestro miedo desató
sin darnos tiempo de nada;
una mente prejuiciada
ejerce un poder extraño
puede causar mucho daño
infundiendo desconcierto,
nebuloso hace lo cierto
y con prejuicio hace engaño.
La presencia del Cadejos
en aquella noche oscura
en mis recuerdos figura
con otros cuentos ya añejos,
que no son más que reflejos
de los años ya vividos,
que afloran agradecidos
perfumados de añoranza
cuando alguna remembranza
los da por muy distinguidos.