Las Campanas de mi pueblo
¡no son como las demás!
son de la historia monumentos,
símbolo de la pureza celestial.
Santa María, San Venancio y Santa Marta,
campanas de oro, luceros refulgentes,
las tres en armonía musicalmente
atraen hacia el cielo mi mirada.
Son perennes testigos de actos diversos
con la fuerza que detiene los vientos
invitándote al perdón y recogimiento.
Su peculiar sonido está enraizado
en lo más profundo del buñolero
y su vibrante y singular campanilleo
nos llega al alma con un te quiero.
Ellas nos traen la vida,
nos tocan a misas y fiestas,
también a los oficios, las horas
y nos acompañan a la sepultura
con su melancólica dulzura.
Ellas son la voz en mis silencios,
su dulce carillón bordando va en mi mente
recuerdos y añoranzas de otros tiempos
que perdurarán eternamente.
Un día se bajaron de su Torre
ante cientos de expectadores
para llevarlas a restaurar
y las tuve tan cerca de mis manos
que su viejo bronce pude acariciar.
Y cuando las vi partir en la lejanía
en una mañana gris, lluviosa y fría,
unas lágrimas rodaron por mis mejillas
porque en un tiempo su voz no escucharía.
Pero yo seguía soñando
con el repicar de las campanas
que escuchaba cuando niña
y el alma me serenaba.
Las Campanas de mi pueblo
¡no son como las demás!
son caricia de Dios,
luz del alba, regalo del cielo,
Fe, oración, Amor.
¡¡Fiesta en el alma!!
Fina