La Lola de los zapatos rojos.
La niña que hace sombra a la raíz de su miedo.
Pero qué hermosa flor ha nacido del jardín de sus muertos.
Un recuerdo me ha crecido en el alma
y parece ser una efigie a la que recuesto
todas las noches
para amanecerme en el olvido del cuarto oscuro
al que invoco. Silencio.
Esto pasará. Mi madre es sabia. Cortaba su boca y nos daba de comer su tristeza.
Pero todo pasa.
Como la flor que se hace muerto y se recuesta sobre su propia tierra.
Todo pasa.
Y el poema le hará venia a la palabra. Y la poesía se levantará de su sueño y poblará este idilio
de pensarnos acontecidos en una metáfora. Que siempre miente al hablar de nosotros. Y que es el espejo de otro que no ha sufrido de este dolor. Este dolor que pesa como el mar sobre la nada. Vacío.
Aguja de cosmos que me teje como un hueco
para que caigan otros.
Y yo no he sabido decir. Hablar sin sentir el adjetivo de una memoria
definiendo este todo.
Pero. Pero. Pero. Sucesión de viajes que cambian el rumbo
Sucesión de ocasos rojos.
Ocaso: Fuego de vida para encerrar la hostia y nunca perecer sobre el pecado.
Ya. Ya. Ya. No hay quien detenga el mutismo de la arena que se balancea sobre la mirada.
De quien se recuesta sobre el agua y espera. El desierto para terminar el camino.
La Lola de los zapatos rojos se recuesta al alba.
Flor que llora la vida y vuelve a nacer.