Llego inesperadamente,
a casa una noche de luna
él la acogió amablemente
al borde de la laguna.
Será que ella lo atrae
por la gracia de su mirada
y fueron a pesear de tarde
por la orilla de la ensenada.
Con un lento caminar
las estrellas por morada
la luna iluminó sus ojos
con mirar desde su alma.
El hombro fué su refugio
de la mano ya cansada
y sus dedos se convirtieron
en cinco serpientes aladas.
Que bajaron suavemente
al centro de las montañas
donde comenzaban a nacer
volcanes llenos de lava.
El le miró sus ojos,
como triles en bandadas.
Tan profundos y tibios
saliendo desde su alma.
Ambos buscarn sus labios
deteniéndose en la pampa
de los decires, te quiero
sellándolos de alboradas.
Y... se levantó la brisa
de caricias agotadas
el lucero ya traía
atada la madrugada.