Ciertamente no sé por qué me amaste
con aquella pasión imponderable,
hasta hoy me es todavía inexplicable
la corriente de amor que me brindaste.
Serena era la tarde en que llegaste
con esa tu sonrisa tan afable,
liviana cual caricia que agradable
con ternura en mis ojos colocaste.
Y luego aquel temblor entre mis manos
sudando de ansiedades mil gotitas,
mirándote esos labios tan lozanos
mi corazón sintió cosas bonitas.
De pronto ya no fuimos más lejanos
pero hoy explicaciones son fortuitas.