Besar su boca hasta quedar sin respiración.
Desearla a cada momento, llamarla con el pensamiento
y hacerle el amor, una y otra vez.
Disfrutar de su olor, de esa tenue sonrisa dibujada en su rostro.
Aprender a amarla, y contemplar su completa belleza
cada vez que el universo se torna obscuro,
cada vez que cierro los ojos y sueño.
Qué privilegio es poder llamarla y que acuda a mí,
sin berrinches de niña pequeña y sin lloriqueos de bebé.
Gozar en total plenitud de sus caricias.