Esa guitarra hablaba más claro todavía.
De la piedra viendo el cielo desde el fondo del río.
Del eco travieso de una niña de pueblo.
De la pena cosida a la espalda del ciudadano.
Esas cuerdas transmitían sonidos
que el alma humana no se atreve a pronunciar.
La voz de alguien habitando en el sueño.
La música de la Naturaleza en alegre danza.
La infinita cadencia de un silencio perdido.
Ese mágico y casi divino instrumento enseñaba
a los que querían y sabían escuchar
cuánto nuestra palabra ignora
de los universos rodeándonos a diario.
Pero ahora ya calla.
O habla otro idioma.
Que está bien, sin duda.
Pero solo eso.
Ya no susurra al centro de un agujero negro.
Ni grita al alba de los tiempos pasados.
Ya no llora por todos nosotros.
Ni rie como un niño de cuna.
Porque esa guitarra solo a ti obedecía,
genio de tal excelso lenguaje.