No lo dan los colegios
el título que tuve al aceptarte,
oh! qué gran privilegio,
padre poder llamarte,
oh que gozo inefable es alabarte.
Más, qué triste si fallo,
qué tristeza fallarte padre mío,
voy ante ti y callo,
sintiéndome vacío,
tu espíritu me inunda como río.
Oh cuan dulce consuelo,
cuando mi padre viene y me conforta,
me levanta del suelo,
me dice Hijo no importa,
mi mano para ti jamás se acorta.
El sabe cuánto le amo,
él lo sabe, por eso está de mí
cercano cuando llamo,
como lo está de ti,
que de todo corazón le has dicho sí.