La muerte nos robó la confidencia
desorientando a marzo sin febrero,
dejando fenecer sobre el tintero
un aliento nuevo tras la existencia.
No bastó el verso contra la sentencia,
la hidalguía del último combate,
la frase presta al glorioso rescate,
el desoído a la infausta advertencia.
La muerte tronchó el postrero saludo,
la esquela intacta casi dibujada
en la fibra oculta de un mortal nudo.
No bastó el fin de la salud quebrada,
ni la certeza del dolor agudo
para borrar tu vida en mi mirada.