Los días grises me inspiran a pensar, veo la lluvia caer y los pensamientos vuelan por mi mente. Hago un intento por retenerlos, intento plasmarlos. Es que quiero utilizar la melancolía de la tarde para expresar lo que siento.
Creo en este tiempo el tono gris se ha vuelto común en mi vida y en mi corazón, pero nuestra vida misma a medida que la transitamos va tornándose de diferentes colores: a veces nos inunda un rosa cálido que invita al enamoramiento, otras veces se enciende de un rojo intenso que refleja nuestra pasión, a veces se tiñe de color negro, entenebrecida tras largas esperas o amargos desencuentros, despedidas inciertas, silencios muertos. Amarilla de felicidad y alegría, teñida de verde esperanza, o invocando un frío violeta de desolación, sin embargo en ocasiones puede llegar nuestra calma a través de un suave turquesa. En fin, nuestra vida puede volverse un arco iris de emociones, pero existen esas veces en las que ninguno de estos puede captar tanto el sentimiento como el gris, para algunos sin sabor, pero para otros cautivante. Y es que nuestro gris implica inciertos, tiempos de pensamientos, ideas inconclusas, difusas que hasta perturban la mente, pero que animan e incitan a descubrir nuevos horizontes. Es en nuestros grises que nos encontramos con nosotros mismos y vamos dando paso a nuevos colores en nuestras vidas, supongo que es una etapa de transición que todos debemos pasar, sin grises no hay blancos, negros, ni rojos. La vida se tiñe de colores cada día y debemos aprender a hacer con ellos la mejor obra de arte posible, sentirnos Miguel Ángel para desfilar en el sendero de la vida exponiendo todos y cada uno de nuestros cuadros que no son más que otra cosa que una faceta de nosotros mismos.
Sí, definitivamente creo que la vida es un arco iris de emociones y es nuestra responsabilidad utilizar los pinceles y colores correctos para saber en qué momentos se debe pintar, borrar o simplemente empezar de nuevo.