Dentro de todas las calificaciones que se ha dado al hombre, una todavía persiste: el homo mechanicus.
El hombre siempre ha vivido bajo la sombra de una esclavitud, con la etiqueta de una máquina. Una máquina a favor de la supervivencia, a favor de los estándares de la misma sociedad que lo ha creado, manipulado y direccionado. Esclavo o máquina no conocen la razón de su existencia: viven y trabajan para otros y sufren el desgaste de su actividad.
Tienen programadas sus actividades con el objetivo de concluirlas eficazmente, y en efecto, son muy hábiles y eficaces y una vez concluida una tarea, hay muchas otras en cola.
Qué pasa con la alegría del momento?
Para las máquinas no existe, limitadas a ser perfectas y evolucionar en esa perfección mecánica, viviendo y obrando a través de ideologías o de moralidades.
El nuevo hombre está llamado a la responsabilidad, la suya propia y a la de los demás y, como un canal, responsable por fluir la energía de la conciencia universal, ocupando el lugar que le fue predestinado: el lugar de la conciencia.
No existe una meta, sino un momento: Aquí.
No existe un espacio que incluya pasado ni futuro, sino el Ahora.