Alejandrina

Cuando Febrero es veintiséis

 

A estas horas de la tarde

una tarde de febrero, principio de un epílogo.

Cuando marzo se avecina pesado, cargado de tareas

inflando sus ábregos pulmones y las llamaradas del otoño

van encendiendo el horizonte en rojas amapolas,

traigo los bolsillos llenos de cigarras,

todo aquí tiene pulso de tormenta.

 

Conmovida me encuentro por una insistente brisa

que se empeña en dibujarte al término del sendero,

el eco de la sangre llena la plenitud del silencio

y un temblor de alegrías sacude mis nostalgias

añorando tu boca

!antípoda de mi beso!, ¡rosa de los espíritus!

 

Ya casi es el cenit amor 

nadir distante son tus ojos...

Una azucena alba ha florecido en mi sien

me aroma de recuerdos; aguadas caudalosas

!brilla la plata del estuario donde alguna vez bogué!

Sobre estos viejos escalones me sentaré a esperar,

mientras admiro y me dejo invadir

por un rumor adolescente de rosas trepadoras.

 

Tú estas allá mi bien, del otro lado del sol,

rotundo, audaz simiente y teorema

bajo el olímpico acento de la edad,

carne viva aún, migrando hacia mis huesos

mientras procede un crujir de hojarasca

suspendido en los puños del viento.

Y este verso tuyo y mío

tendido a largo y ancho sobre la piel de la noche

aguarda a algún poeta que lo cante y lo eleve

prestándole sus alas,

sin duda bendecido por las perseidas rutilantes;

lágrima y péndulo sobre este abismo de locuras.

 

La vida es amor; aquí y ahora

hombre y mujer estremecidos sobre la

última curvatura del cielo,

preñando el universo de metáforas.

 

Alejandrina