A estas horas de la tarde
una tarde de febrero, principio de un epílogo.
Cuando marzo se avecina pesado, cargado de tareas
inflando sus ábregos pulmones y las llamaradas del otoño
van encendiendo el horizonte en rojas amapolas,
traigo los bolsillos llenos de cigarras,
todo aquí tiene pulso de tormenta.
Conmovida me encuentro por una insistente brisa
que se empeña en dibujarte al término del sendero,
el eco de la sangre llena la plenitud del silencio
y un temblor de alegrías sacude mis nostalgias
añorando tu boca
!antípoda de mi beso!, ¡rosa de los espíritus!
Ya casi es el cenit amor
nadir distante son tus ojos...
Una azucena alba ha florecido en mi sien
me aroma de recuerdos; aguadas caudalosas
!brilla la plata del estuario donde alguna vez bogué!
Sobre estos viejos escalones me sentaré a esperar,
mientras admiro y me dejo invadir
por un rumor adolescente de rosas trepadoras.
Tú estas allá mi bien, del otro lado del sol,
rotundo, audaz simiente y teorema
bajo el olímpico acento de la edad,
carne viva aún, migrando hacia mis huesos
mientras procede un crujir de hojarasca
suspendido en los puños del viento.
Y este verso tuyo y mío
tendido a largo y ancho sobre la piel de la noche
aguarda a algún poeta que lo cante y lo eleve
prestándole sus alas,
sin duda bendecido por las perseidas rutilantes;
lágrima y péndulo sobre este abismo de locuras.
La vida es amor; aquí y ahora
hombre y mujer estremecidos sobre la
última curvatura del cielo,
preñando el universo de metáforas.
Alejandrina