ldeluis

El maestro y la Anciana.

Un maestro caminaba por un sendero, junto a su discípulo, cuando encontró a un niño que lloraba desconsoladamente. Quiso saber el motivo y le preguntó:

—Niño, por qué lloras?

—Mi padre ha muerto y no podrá jugar conmigo jamás —dijo el niño.

Siguió, el maestro, su camino y a poca distancia, encontró a un hombre que también lloraba.

—Hombre, por qué lloras?

—La fatalidad llegó a mi casa: mi hermano ha muerto y ya no tendré con quien compartir mis pensamientos.

El maestro continuó su camino, y por tercera vez, encuentra a otra persona que lloraba: una mujer.

—Mujer, por qué lloras?

—Buen hombre, desgraciadamente mi marido ha muerto y mis noches serán muy frías de aquí en adelante.

Aunque el maestro no entendiera el por qué de tantas muertes, se mantenía tranquilo.

A pocos kilómetros, encuentran a una anciana que, a pesar de que la tristeza se reflejaba en su cara, transmitía paz, lo que no pasó inadvertido por el maestro y resolvió interesarse:

—Querida anciana, veo reflejada la tristeza en su cara, pero también que conservas el estado de paz. Le ha pasado algo? Desearía contármelo?

—Sí, buen hombre, estás en lo cierto en todos los sentidos y no tengo problemas en contarlo, porque, a pesar de mi tristeza, también se trata de mi gozo.

—Yo tenía un hijo que conducía un carro de caballos. Un día él había ido al pueblo a comprar víveres y cargó todo en el carro. En el camino de vuelta, no se percató de una gran piedra en el camino cuando pasó con el carro. La piedra hizo con que él se cayera justo debajo de las ruedas del carro. Tenía dos posibilidades: o morir o salvarse, pero, salvándose, quedaría tetrapléjico. Yo no deseaba que muriera, sin embargo ese fue mi gozo. Mi gozo porque evitó el sufrimiento prolongado de toda nuestra familia: de mi otro hijo —su hermano, de mi nuera y de mi nieto que, seguramente os habéis conocido en el camino.

—Así es querida anciana —dijo el maestro—, hemos conocido a su nieto, a su nuera y a su otro hijo. A pesar de lo trágico, debemos aceptar que la muerte puede ser preferible al sufrimiento eterno y con eso, podemos conservar nuestra paz.

«Si miramos la muerte como el simple término de una relación y la aceptamos como tal, evitamos el sufrimiento. Aún evitando el sufrimiento, nos queda el dolor. Para ello tenemos el derecho de sentirnos tristes y el derecho de verter lágrimas que nos llegan como olas, rompiendo el la playa, pero retrocediendo al siguiente momento.

«El gozo se encuentra en desear lo mejor para todos, tanto como lo deseamos para uno mismo, aún cuando esto no sea el mejor para uno mismo.