Antes de conocerte,
estuve solo,
no sé si por horas,
pudieron ser años
o siglos enteros.
¡Qué importa cuánto tiempo pasó!
Para mí fueron años,
una eternidad…
¡Qué importa el tiempo
que haya transcurrido!,
Si el tiempo también se pierde
en el silencio...
¡Qué importa todo!,
ahora que te encontré,
si cabalgaba errante
sobre crestas de paz
en la inmensidad
del silencio más puro.
Ni un ruido,
sólo el palpitar del corazón,
sólo un suspiro,
un murmullo celestial
envolvían todo mi ser
completamente...
hasta que tú
como una blanca alondra
con tu canción
de amor enternecida,
atravesaron fugazmente mi silencio.
Te acercaste hacia mí,
pero tan cerca,
que hasta pude aspirar
de tu perfume,
ver en tu sonrisa,
brillo de madreperla,
y en tu mirada
algo tan transparente,
como el sueño divino del Creador.
No podía separarme
de aquel perfume,
absorbido en la quietud
absoluta de su silencio,
de su embriagador aroma,
parecía de jazmín
y rosas cultivadas
que el viento rociaba
a través del espacio.
De pronto vi tus ojos,
gotas de miel,
tu mirada rebosaba
cordial alegría,
en silencio destellaba
de tal forma,
que me ruboricé
por instantes eternos.
Nunca vi cara igual,
ni mirada tan bella,
ni ojos tan profundos
impregnados de paz.
Seguí viéndolos
mientras te abrazaba,
en tu hombro vertí
lágrimas en silencio,
teñidas de ternura,
de paz redentora
que resbalaban lento
por mis mejillas…
No supe cómo
se me pasó todo el día
en la noche
otra vez estaba solo,
no sé si fueron horas,
recordando tu imagen
no me pude dormir,
la aurora iniciaba
una fresca mañana,
así recuerdo el día
cuando te conocí…
¡Qué importa
cuánto tiempo ha pasado!
Pudieron ser años,
quizá una eternidad,
pero una eternidad
que nunca olvidaré
porque donde estés tú
ahí estará mi Dios,
estará tu perfume
rociando mi silencio…
Y ahora me pregunto:
¿estaré solo?
esa respuesta, Amada,
sólo la tienes tú…
José Bernardo Romero Núñez
BERNA