Cruzó breve la avenida,
manteniendo su cabellera en perfecta postura,
el labial rojo pecado seducía a los conductores;
no le permitía al semáforo hacer su trabajo.
Par de mayas largas
le cubrían desde las rojas uñas de los pies
hasta los sinvergüenzas muslos,
qué, en un abrir de ojos;
estaban montados en un taxi
hacía la calle lujuria
conocida como \"Magdalena\".
Luces fosforescentes,
edificios a gran escala,
mujeres similares caminaban con finas carteras.
Salió del taxi,
sin pagar como de costumbre,
ella no necesitaba hacerlo
(solía hacer muy bien su trabajo).
Se dirigió hacia el edificio de siempre,
compró algo de magia
(su obra comenzaba más o menos en media hora).
No tardó en distinguir otro taxi,
sabía que hacer,
pues el proceso era el mismo,
y así lo hizo.
De frente a la oficina de trabajo
retocó su rostro y reviso las pestañas.
Olió un poco de magia
(la función ya iba a comenzar).
Conocía la ruta del lugar desde hace quince años:
\"Siete pisos,
doblar a la derecha,
la habitación y un nuevo cliente.
Un par de copas,
luego mi ropa
y una ducha.
Algo de plata,
encender la luz roja
y un nuevo taxi hacia la casa\".
Llegó exhausta
de la noche y sus pesares.
Recibió a su hijo con un beso en la frente,
sí, con esos mismos labios con los que probó la miseria
y la amargura de esta vida.
El esposo como de costumbre;
alcoholizado a un lado de la cama.
Prendió un cigarro,
para luego dejarlo en la mesa de noche;
no quería fumar en ese momento
(era su vicio favorito).
No vaciló en quedarse dormida,
estaba realmente exhausta.
Se despertó a la mañana siguiente
más extrañada que nunca.
\"No era normal tener estos sueños\"
pensó la abogada entre abriendo los ojos,
observando en su mesa de noche
un cigarro que se consumía.