Uno va y viene
como el viento,
sin muros para lamentarse,
sin tierra para pisar.
Uno llora lágrimas negras
y las seca en un Panero
donde la locura se mezcla
con la ceniza de un cigarro.
Uno llora por llorar,
para no dispararle palomas al silencio,
para no caer en la trampa de lo vano.
Uno se transforma en alhelí,
en calandria, en tijeras que recortan la luna,
en pincel que odia los colores,
en uñas que se clavan en los ojos.
Uno, que a veces es cero
y otras un sinfín de números inexactos,
atraviesa la vida vestido de metáfora
para que nadie pueda acusarlo de prosaico,
de antología del estorbo,
de aforismo bajo fueros.
Uno va y viene como puede,
derramando lágrimas por su camino
como un viento que jamás pisa la tierra
porque las huellas son un asunto
de zapatos y no de alas
y a mí lo que único que me interesa es volar
atravesando muros que ni siquiera sirven para lamentarse.