Desde el naciente en tus pupilas
nace el río de tus mil encantos,
de las más dulces caricias,
de agresiones y lesiones,
de las más álgidas palabras
y las más intensas seducciones,
de los más inútiles suspiros
pidiendo amar por ser odiada,
y odiar por ser amada.
Se desliza suavemente,
con murmuros de cosillas
que ya no significan nada,
sobre valles y montañas,
entre cada cueva y escondrijo
de tu cuerpo en donde solo tú y yo
nos supimos encontrar.
Donde mentes coincidian
y formaban puentes de tesoros
en cofres sin abrir, de tu alma
a mis entrañas, de mi boca
hasta tu esencia. Donde cuerpos
se tocaban sin tocarse para así,
mano a mano, beso a beso,
pecho a pecho, sexo a sexo
aprendernos uno al otro y comprender
que el yo es una broma, que existir
ahora es algo compartido, que el
hablar se vuelve inútil cuando no hay
palabras que anticipen el callar
de las miradas.
El tiempo parecía una mentira,
los colores transparentes dejaban
ver la luz detrás del tinte.
Bebí de tu río, el tus tantos encantos,
y supe amar al mundo mientras
sentía que moría. Con cada sorbo
me secaba el alma hasta los huesos,
congelaba todo lo caliente
que pudiera haber adentro.
Bebí de tu río, y a pesar de tus encantos,
a pesar de tus caricias, beberé por siempre
hasta que muera de vivir.