... hay una decena de cadáveres recorriendo el amanecer de dos espejismos al frente de la rebelión de mis dichos íntimos, callados por la ocurrencia del destino-
en apretar el gatillo sobre el arma estimulada por el instinto arcaico de la guerra, haciendo cautiverio de la caza como dogma inspirador de la presa sumergida en el ungimiento retrograda de mis sentimientos pesimistas en lograr acoplar un amanecer perfecto parecido al crepúsculo que siempre logró enfocar con el deseo de zoom cuando anochezco la mirada en mis bolsillos, contemplándote ciega, dormida, sobre los estamentos del viaje- ese viaje que desnuda el universo, desnuda las consonantes lumínicas, allí donde la oscuridad es un gran manto silencio capaz de atraparnos en su pesimista amargura, aunque es tan mágico perderse en lo inimaginable, y soñar atravesar las dimensiones de nuestros latidos cada vez, que hacemos erupción a la vida, y se nos crea un nuevo planeta que pondremos por nombre el alcance de los minerales que sudamos, cuando estallamos el frenesí de padecer entre la sombra de una destrucción masiva, al apretar el gatillo...,
y
envenenarme
una vez más
con la suavidad
de la sangre
que deja morir el tatuaje
de dos astros
escupiéndole a la noche
la intensidad de la muerte,
ya cuando el relajo de la piel
es adjetivo al espasmo
de...,
hacer inimaginablemente real
el detalle de la fuerza de gravedad...*