La tierra adquiere varias formas —arena, piedras, rocas, polvo, pero ella nunca deja de ser lo que es: tierra.
El agua nunca cambia — siendo rio, puede cambiar de curso, adquirir color según su paso, o si es el mar, cambiando las olas, subiendo o bajando la marea, pero el mar nunca pierde o gana y siguen siendo, los dos, lo que son —agua.
El viento cambia a ráfagas o a brisa, pero nunca deja de ser lo que es: viento.
Las semillas crecen, se transforman en plantas, luego en árboles que dan flores y nacen los frutos, y esos frutos contienen la propia semilla de aquello que fue un día, y de lo que es: semilla.
La madera puede ser una mesa, una silla, una casa, pero nunca deja de ser lo que es —madera.
No les importa a la tierra, ni al agua, ni al viento, ni a naturaleza en general, las transformaciones o cambios que ocurren, porque mantienen su esencia intacta, no dejan nunca de ser lo que son, porque comprenden y aceptan que es su mejor naturaleza —servir.
El cuerpo cambia, de joven a maduro, le salen arrugas, engorda, adelgaza, pero el espíritu es el mismo y sigue siendo lo que es: espíritu, conciencia.
Sin embargo, las personas se desesperan cuando perciben algún cambio que consideran negativo usando de la comparación —Oh! He engordado! —Oh! He adelgazado! —Oh! Me salen arrugas! —Oh! Mi pelo se está volviendo canoso! Pero el cuerpo no es nada, sino tierra, y el cuerpo muerto vuelve a la tierra —solo es lo que es, un cuerpo, un vehículo.
Todos quieren ir al este, por donde sale el sol: ser más iluminados, estar más cerca del conocimiento, pero el verdadero maestro le lleva al oeste, que es la origen del sol y del conocimiento y quiere mostrarte no el sol, sino el iluminador en su esencia, en su naturaleza.
La mente, por lo tanto, debe comprender y aceptar que es solo mente, solo pensamiento, y aunque cambien los pensamientos, no deja nunca de ser solo mente. Mente es conocimiento y es ego, nada más, no es la realidad.
Así que no es solamente tener el conocimiento del iluminador, sino la comprensión que eres el mismísimo iluminador —ese que nunca cambia, la realidad que está por encima de todo.