a C. y J.
Tengo pesadumbre de admitir la envidia
que en mi mendigo pecho se estrecha.
Pesadumbre:
de los heraldos pájaros invisibles
que te acomodan una corona de sueños en tus noches;
o de tu alquimia de hacer oro
el óxido invierno.
Tienes soledades breves
sin fantasmas. Y besos
que te limpian las mañanas.
Ya no soy el horizonte que asila tu mirada
ni el hacedor de cisnes en el lago de tu vientre,
no soy más el espejo
donde sumergías tu celestial desnudez
y eras un paisaje
de caminitos inventados por mis dedos.
Tengo obligación de olvidarme quién eres
y congoja de quién fuiste.
Iré soplando este recuerdo al olvido
de no sabernos más.
Voy a cerrar esta tristeza de ya no ser nosotros
a concluir esta ráfaga de envidia al ver:
como otro te provoca la sonrisa
o como enciendes un sol a medianoche
Me voy a buscar
la magia de la primavera lozana
a despojarme allí las heridas
a buscar el silencio
en unos labios
y libar su luz.