Cuando las lágrimas se precipitan
y los ojos se cierran solos, cansados,
dispuestos a morir y ha ocultarse de la vida
y de la persecución de las exigencias de la vista…
Ellas salen, corren, no se deslizan
sino que hacen surcos en las mejillas heridas,
sonrojadas, ya quemadas por el frío
y las corrientes de aire con sabor a nieve.
Cuando las lágrimas se declaran
de esta forma incapaces de contenerse,
de disimular, de callarse,
de decir nada más que lo que sienten
y sufren confinadas detrás de esas persianas
que ahora ya no pueden abrirse.
Cuando ellas se emancipan más por inercia de golpes
que por propia iniciativa.
Cuando se dejan abatir
sin pedir explicaciones ni desesperarse,
simplemente dejarse vencer por la cruel riña del tiempo.
Cuando ellas lo hacen
no puedo más que decirles que era hora,
aunque fuese sin voluntad propia, era hora que explotasen.