Aves que volaban se marcharon
insectos y gusanos se habían ido
sin el exceso de calor de ese día
pesadumbre y corazón adolorido.
En la tierra grisácea hecha lodo
el sol abrazador hacia su parte
secaba palmo a palmo lo mojado
cumpliendo su jornada de trabajo.
Quién, adivinando qué pasaba
acabara por romper ese silencio
destrozando cada nervio en vano
mordiendo hasta sangrar los labios.
Son las cosas del amor y de la espera
las tareas del dolor cuando penetra
del humano que sigue a sus ancestros
que repite cada paso y cada gesto.
Y tu, corazón adolorido que persistes,
que superas el mal tiempo y la paliza
estirpe de héroe que no cae en la batalla,
solo mueres lentamente y sin prisas.
Ramón Oviedo
Derechos Reservados