Tu soplo no de aire sino vida,
el rojo sagaz no de tus entrañas
sino de tu llorosa alma encendida
contemplando, inquieta, nuestras hazañas.
El triste yermo de tus campos grises,
el mar turbado por mil y un deshechos,
el cielo frío por un sinfín de muertes.
¿Nos queda algo que aún no esté maltrecho?
Nuestro pasado pide indulgencia.
La tumba de nuestros errores se mece
en la ofrenda de tu benevolencia.
Muere la vida mientras oscurece.
Entre todos dictamos tu sentencia:
el mañana ya no te pertenece.