El té sobre la mesa, quieto, sobrio, impasible, implora por una trémula mano de
whisky que lo venga a arrebatar. El sol, rociando el ajuar, los remedos
futboleros del lunes: todo yace en su lugar, en ningún lugar.
La sábana tibia soporta sin chistar la huida inútil del amar, mientras la
última copa de vino, lunática, extraviada, atiborrada de susurros, ensaya
una borrachera tibia en medio del tránsito venéreo del primer martes
limpio del siglo, al menos de esta mitad. Vomitando pudores y esperanzas,
algún compañero, algún hermano perro por las tardes los sacará a pasear,
cuando todavía las certezas sólo engendran cervezas, ¡perra vida soledad!.
De cuando en mucho una corazonada -sintácticamente dudosa- los viene a
rescatar, a enjuagar, amarrando las cabezas como uvas, prestas a dejarse
pisar. De cuando en bastante, el mismo té -semánticamente angular- sigue
robando metros a ese estertor, que lucirá como derrame de ciruelos en
cualquier día del mes de mayo, los parte un rayo, sólo para verlos regresar.
Tan leyendas de nadie, heridos de antaño, tan armados de tanto armar.
Algunos Buenos Aires
dic. 2013