Afelío

Los cuentos de la realidad 1-El cáncer de la ausencia.

No se llamaba Pablo, pero tal vez toda su vida lo llamaron así, tanto que se olvido de su verdadero nombre pero eso no le molesto nunca; media casi dos metros y tenía un cuerpo rígido, robusto, desproporcionado, sencillamente abrumador por así decirlo. Era simpático y muy afable, aunque introvertido y algunas veces se mostraba hasta un tanto reflexivo; solo él sabía desde hace cuanto tiempo había comenzado su vida de vicios legales, pues a su edad de treinta o cuarenta años estaba convertido en un fumador empedernido y en un alcohólico cualquiera.

Tuvo esposa y dos hijos. La historia radica en esa mujer, su mujer, pues resulta que un día en que Pablo volvía de uno de sus viajes de trabajo que realizaba cada semana como siempre, se encontró con que esta vez no sería como siempre, sería esa entonces quizá la mayor sorpresa de toda su vida; al abrir la puerta de su casa observo, olfateo y hasta saboreo el hondo vacio dentro de sí y de su mundo reducido a un palmo de terreno. Su alma y su casa se quedarían vacías desde aquel momento. Su mujer se había llevado todo, los muebles, la alfombra, el ruido, el silencio, la ropa de los niños y la de ella, se llevo las risas, los llantos, la televisión, la vajilla, el caos apacible de cada tarde vivida en esa ventana, se llevo el tiempo y el intempestivo aroma de la casa, se llevo todo, hasta el aire que insistía en quedarse para morir en soledad pero como todo aquel que se va sin despedirse olvido llevarse los recuerdos, la tristeza y las nostalgias.

Pablo jamás volvería a ser el mismo……… se torno lánguido y espeso, bajo veinticinco kilos en una semana y hasta olvido en una lagrima toda su simpatía, pero conservaría su gentileza hasta el ultimo día de su existencia. Se dice  que poco tiempo después localizaría a su esposa que se había marchado a vivir con su madre, por lo que fue a su encuentro sin preguntas ni reproches y sobre todo sin la intención de hacerla volver, ni a ella ni a los niños, a los cuales cada navidad mandaba juguetes, sin extrañarlos tanto para no sucumbir a su inmunda soledad insufrible.

Su senectud se esfumo en un suspiro de humo y mil corrientes de alcohol, se mudo a casa de sus hermanas en un segundo piso de una vieja y extraña casa del centro de la cuidad; fumaba como un desquiciado, un filtro tras otro iba llenando el cenicero, aun no terminaba uno cuando encendía el otro con el mismo fuego del que estaba por consumirse y así durante toda la tarde, mientras le daba sorbos a su vaso de brandy sentado en un sillón que parecía bastante cómodo o lo suficientemente amoldado para en efecto parecerlo, además de cargar con una pérfido fetidez que no se iría de su cuerpo y los ambientes que concurría aun dentro de su ataúd.

No duro mucho su vigilia o su placer (como se le quiera ver),pues tanta combustión en su garganta comenzaba a formarle un tumor cancerígeno que en cuestión de meses tomaría el tamaño de una pelota de golf impidiendo sus funciones guturales por lo que murió asfixiado en cuestión de días; horas antes de su muerte, en el hospital aparecieron sus hijos y su esposa, que seguía siendo su esposa pues nunca se divorcio de aquella mujer; Pablo solo aceptó ver a sus hijos a quienes perdió de tres y cinco años, treinta primaveras después solo pudo observar a dos hombres descendiendo por el barranco de los cuarenta años, y sin mayor estremecimiento cerro sus ojos para dar paso a su muerte , el final absoluto de su eterna ausencia.

Pablo fue mi tío-abuelo y cuento su historia porque la tristeza es un virus de origen insuperable que se encuentra solo en el vacio de uno mismo.