Estás ahí. Sentado. Justo enfrente.
Con esa mueca superior de indiferencia.
Como mirándome desde arriba, desde otro plano,
Como analizando con maestría mis respuestas.
No te pareces a él. No te pareces…
Al que yo amaba.
Aunque ese vago gesto de arrugar el entrecejo
por un momento me lo haya recordado.
Palabras y palabras, más palabras…
Un vidrio blindado
parece haber atravesado el escritorio.
Te veo mover tus manos y tus labios.
¡Pero no entiendo!
-Perdón- te digo.
Asientes con un gesto,
Mirándome sin sospechar siquiera.
Trato de concentrarme.
De escucharte y asimilar lo que me estás diciendo.
Los comparo y es inevitable.
Su fantasma voló a través del tiempo.
¿Sabes? El pozo oscuro de tus ojos
Se parece a aquellos otros ojos negros.
Me miras.
Ahora eres tú el que no entiende de qué hablo.
Y para que me entiendas te lo cuento:
Él era todo para mí. La vida misma
Confiaba en él y lo admiraba
Y hubiera dado hasta esa vida
Por el calor que ardía entre sus manos.
El era mi refugio, mi alegría,
Era el espejo en que mi alma se miraba,
No hacían falta ni preguntas ni respuestas
Entre nosotros sobraban las palabras.
Él me enseñó a valorar las cosas simples
A disfrutar de cada momento
Y hoy mirándote he comprendido…
No te pareces a él… no te pareces…
ese hombre ya no existe!
Ese hombre ya está muerto!