Desde la ventana observo la hermosa glicina enredada caprichosamente en la pérgola de un patio vecino, sus flores en abundantes racimos, penden glamorosas de sus ramas. Extasiada en el apacible paisaje liláceo, evoco querencias de mi infancia, hurgando en los recovecos de mi alma, camino hasta encontrar a la niña que he sido.
De su mano regreso a la casa de la abuela, a las tardes que pasaba junto a ella, desbordantes de ternura: El horno de barro humeante, el delicioso pan caliente que apoyaba en su pecho robusto mientras rebanaba una a una enormes rodajas, que luego untaba a piaccere con la manteca elaborada por sus manos inquietas. Abundantes rodajas que yo desgranaba vorazmente en mi boca saciando ampliamente mi apetito de niña hambrienta.
Entonces, yo era inmensamente feliz, corriendo punta a punta los pasillos de la casa o ensimismada en mis juegos inventados,sin embargo no perdía de vista sus pasos, ella siempre estaba atareada, ocupada en sus quehaceres cotidianas. Solía escucharla con un tono de melancolía cuando recordaba en voz alta, la rudeza de una infancia marcada por el dolor de la pobreza y el desarraigo . Por eso estaba orgullosa de haber logrado tener el techo propio. La veo fregando hasta dejarlo todo brillante, pocas veces se sentaba y cuando lo hacía era para tejer. Costumbres de abuela italiana. Me decía: - Cuando cumplas quince años, tendrás tu mañanita tejida. Me aguardaban unos cuantos años de espera. Sin embargo no pudo concretarse la promesa, porque la abuela se fue mucho antes de mis quince. Apenas tenía nueve años, cuando de pronto me sorprendió duramente, la primera e imborrable pena de la vida, en mi mente de niña no cabía la triste noticia, no hallaba consuelo, pero lo cierto es que la abuela no pudo sanarse y murió. En vano habían sido mis rezos. El hermoso tejido mañanero prometido por la abuela, no llegó nunca a abrigar mis hombros juveniles. Hasta entonces yo esperaba tranquila, ignoraba estas cosas amargas de la vida. Yo creía que la abuela estaría siempre a mi lado. Pero la vida misma se encargó de enseñarme y hacerme probar el sabor de la despedida y de cuánto duelen las ausencias.
Cómo olvidar los domingos de mi infancia, la casa de la abuela se ponía de fiesta. Se armaba una algarabía de aromas sabores y encuentros familiares. La abuela desde temprano trabajaba incansablemente para amasar sus ricas pastas y sus postres deliciosos. Ella reía inmensamente feliz, los hijos y los nietos reunidos en torno a su mesa, bastaban para hacerle olvidar viejos dolores y a mí me bastaba sentarme en su falda , colgarme de su cuello, perderme en sus ojos claros, sus profundos ojos del color del mar.
Aquella posada, fue mi mágico palacio y la abuela, mi reina, el hada madrina que llenaba de alegría y ternura los días del ayer. Yo, la princesa mimada que remoloneando sus caricias día a día, disfrutaba despatarrada en sus brazos cálidos.
Siempre regreso a la casa de la abuela, con su patio de glicinas, el horno de barro humeante y el bello jardín florecido de peonías, azucenas y jazmines que contrastaban sus blancos impecables con la Santa Rita trepada por la medianera y las violetas que bordeaban los canteros. Cómo olvidar su regazo y aquellos ojos, inmensamente tiernos , profundamente azules con una chispa de picardía. Yo me sumergía en ellos sin miedo, buceando ávida de amor y quietud.
La abuela era mi remanso predilecto, la apacible bahía en la que yo navegaba alegremente confiada, inmersa en su cariño. Cada una de esas pequeñas cosas, instantes y delicados gestos, son bellas pinceladas, huellas que habitan en la memoria mía.
Yo sé que en los sueños me marcho, buscando a la pequeñina que he sido, regreso a la casa de la abuela, vuelvo a recorrer los pasillos del amplio corredor y a sentir la brisa soplando mis mejillas, con aromas de glicinas, madreselvas y jazmines.
Lentamente paseo los rincones, un griterío de chiquilines alborotados rompe el silencio sepulcral de las paredes, testigos mudos de historias y secretos familiares y me pierdo con ellos. La vieja glicina y el enorme paraíso desparraman flores por el piso y un olor delicioso a pan recién horneado se escapa desde la cocina, la abuela me alza en sus brazos, ya está a salvo la niña perdida. El tiempo se detiene como si estuviéramos flotando en un paraíso, la niña y yo nos sumergimos en un profundo y largo sueño...
\" A mi abuela Clementina Aflitto de Toscanini \"
Elida Isabel Gimenez Toscanini