Hubo un tiempo en que la noche se escondía frente a la decadencia. Las farolas torcidas y confiadas creían que podían contenerla. Las hoces entonces segaban las hierbas que querían crecer más allá y mientras, la culpa era nuestra.
Lo cierto es que nos obligaron a nacer y ahora, todavía se quejan. Así es normal que yo siga siendo el extraño. Aunque ya no existe la paciencia. Los asesinatos a la luz del día terminaron.