La mona Ramona escapó del zoológico
una tarde de domingo,
y es lógico que su corazón
desbordase de felicidad
al obtener la maravillosa libertad
La mona Ramona,
ansiosa por divertirse,
pidió prestado un autobús,
y conduciéndolo a la velocidad de la luz,
llegó a un inmenso parque de diversiones.
La mona Ramona se presentó en mi oficina, y frente a las perplejas miradas de todos,
me saludó y se me tiró encima.
La mona Ramona subió al ascensor,
y debo admitir que contrajo el vicio,
de subir y bajar cientos de veces,
todos los pisos de mi edificio.
Con la mona Ramona hicimos un trato:
prometí llevarla al teatro,
si se olvidaba un rato de sus terribles travesuras.
Una mañana, a la mona Ramona
se le antojó comer bananas,
por esa razón, abrió mi ventana,
y desesperada salió corriendo hacia la fruteria más cercana.
La mona Ramona deseaba aprender
a sumar y a restar,
fue por eso que muy contenta
la escuela tuvo que empezar.
Y allí demostró ser hábil y práctica
en el complejo mundo de las matemáticas.
La mona Ramona escapó del zoológico
una tarde de domingo,
y es lógico que su corazón
desbordase de felicidad,
al decidir vivir en esta gigantesca y alocada ciudad.
La mona Ramona...