La Cadena Del Diablo
Rosita de linda cara,
cuerpito de mariposa;
en el pueblo eras la moza
por la que más suspiraban
los jóvenes y, a escondidas,
también algunos casados;
no tuviste enamorado,
porque él se fue a Buenos Aires;
y te quedaste pensando
en novelas de la tele...
Rosita: ¿por qué creíste
lo que contaban las otras?,
cuando a fin de año venían
trayendo lujosas ropas,
adornadas de oropel,
con colores maquilladas;
relatando alborozadas,
maravillas que, decían,
en las ciudades, lograban
con los sueldos que ganaban...
Que sus trabajos honrados,
en casas de potentados,
funcionarios de gobierno,
generosos empresarios,
de familias muy cristianas,
de excelente trato diario,
muy generosamente
pagaban buenos salarios.
Y de ahí venía el dinero,
ése, que te mostraron;
con el que además habían
comprado tantos regalos;
y, así, a sus familiares,
padre y madre halagaron;
¡qué creíble la versión,
cómo te deslumbraron!
Rosita: ¡cómo quisiste
vestirte también con raso;
y para la ciudad te fuiste,
tú quisiste dar el paso;
a nadie puedes culpar
de lo que tienes en brazos...
fue parte de tu salario...
y lo deberás aceptar.
Rosita, pronto volviste
trayendo tu vil fracaso;
y en el pueblo preguntaron,
con vulgar insinuación:
“-¿Cómo te fue por el mundo?”...
Rosita, ¡cómo caíste
en esa trampa del Diablo,
que el hijo de tu patrona
te dijo que era amor!
Y volviste a intentarlo,
pero esta vez fue peor,
ni siquiera de amor
te habló un patrón al violarte;
y, otra vez, salario en brazos,
para el pueblo regresaste.
Esta vez no te quedaste
ni siquiera una semana,
dejando toda tu plata
y a tus hijos, te marchaste.
Ahora gastas en viajes
más de lo que ganabas,
¿de dónde sale tu plata,
si dormís por las mañanas?;
... no necesitas contarme:
no quiero verte llorando...
tus pronunciadas ojeras,
¡a gritos, me están contando!
II
Tacos altos, tus zapatos;
tus pantalones, rosados,
muy ceñidos a tu cuerpo
comenzando del ombligo,
cuatro dedos más abajo,
(con un tajo entre las piernas
más profundo que un hachazo),
y en el medio de una nalga,
una mano le han pintado...
¡cómo has caído de bajo!
Tu blusa casi no existe
y le llamas “tolerita”,
que negra, con corazones
rojos está adornada;
procurando, así, se exciten
posibles clientes que pasan
a la hora en que transitas
por avenidas y plazas.
De a ratos, autos que pasan,
te “levantan” y te pierdes
del paisaje ciudadano;
pero a la hora ya vuelves
andando tranquila al paso,
contorneándote sensual,
con la cara repintada,
mirando aquí... y allá.
Rosita... esta Navidad
fuiste otra vez a tu casa;
no llevaste pantalones,
sino un vestido muy largo,
regalos y mucha plata,
que le diste a tu mamá.
¡Cómo abrazaste a tus hijos,
cómo tus ojos lloraron!
Después la simple sonrisa
volvió a tu cara lavada,
cuando a la noche, en la mesa,
con tías y primas hablabas:
de tu “amorosa patrona,
que tan bien es que te trata;
en dónde estás trabajando,
¡dónde tan buen sueldo ganas!”
¿Por qué no te diste cuenta
que mientras te justificabas:
tu prima, que tiene quince,
con sus ojos que brillaban,
embobada, en tu cara
solamente, se fijaba?...
¡cuidado, qué ella no caiga,
cómo tú, en esa trampa!
¿Será que nadie lo hará,
van a seguirlo callando;
no ven lo que están haciendo?:
¡Soldando los eslabones
de la cadena del Diablo!...
Rosita: ¡eslabón de carne
totalmente mancillado...
si pudieras confesarlo!
¡Cortarías la cadena
con que las chicas del campo
y de los pueblos pequeños,
una a otra enlazadas:
migran a las ciudades;
para allí ser mancilladas,
embarazadas, prostituidas
corrompidas y violadas!
...Mientras nadie hace nada,
¡dándoles vuelta la cara!