Y al escucharte, o tal vez, escuchándome sin poder escucharte: soliloquio de tu ausencia; es que tomo este instante supremamente fugaz, como la suma de dos pesados maderos que se unen, que se clavan entre sí, por un impulso misterioso de una mano invisible, formando una pesada cruz que me abate lentamente; y esos dos maderos también invisibles son: el silencio y el olvido.