Raúl Daniel

Escuché Su Nombre...

Escuché Su Nombre...

 

No recuerdo bien cuál fue el día aquél

ni tampoco tengo claro,

si es que habré sido raptado

o tan sólo fue un sueño...

 

No sé...

muy bien como fue...

pero fui al cielo...

 

¡Y ahora tengo recuerdos!

 

El Espíritu de Dios era algo tan tangible,

como una mano gigante

que me transportaba;

estaba fuera de mí,

pero en mi mente explicaba

y, aunque no lo vi,

lo sentía y lo tocaba.

 

Los ángeles eran visibles,

(mas no vi que tengan alas).

 

Recuerdo uno muy hermoso;

un joven de blanca cara

y pacífica mirada,

¡que un gran amor expresaba,

con brillo tal en los ojos,

que al lugar iluminaba;

envolviéndome en ella,

tocándome sin tocarme,

con caricias muy palpables,

alma con alma ligadas!

 

Su cabello era muy largo,

como también su vestido,

todo de piedras preciosas

adornado...

diamantes, rubíes, zafiros;

negro, muy negro, su pelo,

¡brillante como las piedras!

se confundía con su capa,

destellando los colores,

todos los que son posibles;

y con sonrisa radiante...

(sólo lo vi un instante...)

 

Ansiaba estar con Él ,

quería ver a mi Amado,

al que pagó mi pecado

y que siempre me fue fiel;

¡a mi amigo Admirable...

y ante El era llevado!

 

Siempre esperé ese momento;

desde que lo conocí,

fue mi mayor anhelo,

llegar un día al cielo;

y por ello soporté:

trabajos, desprecios, desamores...

una vida de dolores,

el perder mis posesiones,

a mi esposa, a mis hijos,

mi casa y mi prestigio...

o sea: ¡perderlo todo!

 

Pero hallé, de todos modos,

el mayor de los tesoros;

y en mi pecho palpitaba,

impaciente, el corazón;

creyéndome que vería,

¡pronto, la gloria de Dios!

 

Pero ya he aprendido,

en este hermoso camino

y leyendo La Palabra,

que el Señor es Soberano

y se muestra como quiere

o es mejor o así conviene.

 

No vi luces que enceguezcan,

no escuché trompeta alguna;

de pronto se hizo silencio,

había algo así como una bruma...

luces difusas, rosadas

y una calma que pesaba.

 

Prestando atención logré

oír que alguien sollozaba,

me acerqué y lo toqué,

mas no logré ver su cara,

porque en seguida giró

y me abrazó, y me apretaba;

mientras lágrimas calientes,

por mi espalda, deslizaban...

 

“- ¡Oh!, mi hijo, ¿qué pasó?

(fue lo primero que dijo),

¡¿por qué demoraste tanto?!;

ya casi no tengo llanto

para derramar por ti,

por fin viniste a mí,

¡por fin te tengo en mis brazos!

 

¡Oh, cuánto por ti he luchado,

siempre quería tenerte

cobijado entre mis alas,

como hace a los polluelos,

la gallina que los ama;

pero, tú siempre te ibas

y me despreciabas...

 

Me dolieron mis entrañas,

se agitó mi corazón,

y, en sus más íntimas fibras

lo desgarró tu acción!

 

Sí, fuiste tú el que hiciste,

eso que tanto me hirió;

¡tú mismo golpeaste el clavo

que mi mano traspasó!

 

Y ahora no callaré,

porque estoy quebrantado;

no te apartes de mi lado

y escucha lo que diré:

 

Ya mis juicios decretados

caerán sobre la tierra:

el hambre, la peste, la guerra,

¡pues sobrepasaron los hombres,

los mismos hechos del Malo!

 

A causa de mi dolor,

mi corazón desfallece,

y, esto, adentro de mí;

Yo les envié muchas veces:

sabios, profetas y escribas,

que con sus labios hablaron

todo lo que les ordené;

pero no los escucharon,

es más, ¡los asesinaron!

y continuaron haciendo

lo que siempre aborrecí.

 

Pregón de guerra se oye

y no lo puedo evitar;

ustedes mismos las hacen,

porque les gusta matar;

¡con cuánto horror me provocan!,

haciéndome sollozar;

ira mezclada con pena,

en un gemido indecible,

que llena la eternidad!

 

Si tocaras mi cabeza

sabrías que aún está,

esa corona de espinas,

¡que no consigo quitar!”

 

De pronto oí un clamor,

que todo el cielo llenaba;

muchos millones cantaban

un canto indescriptible,

alabando al Señor,

exaltando la grandeza,

magnificencia y belleza

de todo lo que creó.

 

Y dándole la razón,

y declarándolo Justo

Único, Verdadero

y Perfecto Guiador

para los pasos del hombre.

 

Decían que Él es Rey

de todos los que logran:

¡apartarse de este mundo!,

que es terrible y glorioso,

y digno de ser honrado;

y, que nadie escapará

de sus juicios decretados...

E invitaban a los pueblos

a glorificarlo...

 

Y escuché su nombre:...

Jesús, ¡el crucificado!