Los pasos me llegaron hasta el centro del mundo precolombino, mi mayor sueño, cumpliéndose, haciéndose tierra en mis entrañas, volcán en mis sentidos, fuego en mi sangre y alas en el pensamiento.
Retroceder en el tiempo y escuchar desde las piedras las voces milenarias, que desde las claves del rugido del puma, con la astucia de la serpiente, con el vuelo del cóndor, nos dicen: “aquí estamos, búscanos, tráenos al presente, interprétanos, vuélvenos vigentes”. Y sentir que estalla en el corazón, la identidad, que la raíz ancestral, nos hace tierra y nos penetra los sentidos y se abona con el amor al continente que se estaciona en las cuatro partes del mundo concebido por los incaicos sueños. Emergen desde algún lugar de la sangre, desde algún lugar del tiempo dormido, el crepitar ansioso de querer exteriorizarse y recobrar vida en medio de una sociedad que es ciega para la historia, que no quiere saber donde se inician los caminos.
Esos ecos vibrantes que son como gritos guardados en el pecho, esperando más de quinientos años, para romper el silencio de las montañas sagradas y justificar los vínculos sagrados del indoamericano, del mestizo semi -heredero de lo queda guardado en las rocas gigantes, maravilloso testimonio de una cultura , que esconde sus misterios.