—Querido maestro —dijo un discípulo—: me gustaría hacerle una pregunta.
—Sí, hágala! —afirmó el maestro.
—Humm… —quedó pensativo el discípulo durante minutos pero al final, se eludió de hacerla.
—Vamos! Hágala! —insistió el maestro con dulzura, y añadió:
—Si no quieres hacérmela a mí, directamente, hazla a tu compañero de al lado y este me la hará a mí.
Entonces el discípulo hizo la pregunta a su compañero de al lado y este la transmitió al maestro. Terminada la contestación el maestro vuelve al primer discípulo:
—Sé lo que estabas pensando antes de hacer la pregunta: “Oh! El es un maestro, cómo puedo yo hacerle una pregunta?”
«El miedo hace con que no hables, no actúes, te hace pensar que eres muy pequeño, pero el miedo solo se manifiesta donde tú lo focalizas. La misma pregunta que querías hacerme y no pudiste, la hiciste sin temor a su compañero de al lado. Entonces qué paso? Cambiaste la pregunta? Cambió el que contesta? No! Solo cambió que tuviste que hacer un camino más largo para comprender. En realidad no te has enfrentado al miedo, pero no nos equivoquemos, el miedo no existe, entonces por qué habrá que enfrentarlo? No hay nada que enfrentar, si no te dispones, primero y antes que todo, a crear. No hay misterio y ningún maestro tiene que venir a decirte esto.
«Mucha gente va a la iglesia, se pone de rodillas frente a una pequeña puerta de madera y les cuenta todos sus pecados, sin temor, al que está allí. Por qué? No les da miedo, pero, si tiene que confesar sus pecados directamente a Dios…Oh! No!
«Todas las preguntas nacen de haberte olvidado quien realmente eres
«Recordad: usa del coraje para hacer una pregunta, pero de la humildad para aceptar que se te olvida de preguntar: quién soy Yo?