Amo ver su cabello. Se reclina
sobre sus hombros cuando se levanta,
no tiene magia, pero, me encanta,
es tan humana, más siempre divina.
La brisa que le ondea si camina,
entona un canto que en silencio canta,
cual alabanza celestial y santa,
y la sonrisa que su rostro ilumina.
Amo en ese caminar elegante,
disfrutar de su aroma embriagador.
No hay otro perfume tan fragante,
ni los rosales con tan grato olor,
(que les dura solamente un instante),
igualan el aroma del amor.