De la mano del silencio
descalzo en la noche amarga,
los dedos caían yertos
y los pies dejaban marcas.
Cuando los pasos caían
sobre las blandas arenas,
mis ojos eran estrellas
por las sombras de la playa.
Figuras de los demonios,
de Satán me imaginaba
y de todos los espíritus
que por el aire vagaban.
Huellas por la arena seca,
calcas por la arena blanca,
sombras con la capa verde
venían tras de mi espalda.
El río con sus preludios,
quien a la villa besaba,
siempre extendía su lengua
cuando mis pies lo cruzaban.
Y por las noches de invierno,
cuando desmayaba el silencio
salía yo cual mancebo
a mandarle carta a mi amada;
A la mujer que quería,
a la ninfa que amaba,
aunque dentro de mi vivía
en la distancia la tenía.
Después de cruzar el río,
con las calles apagadas,
buscaba con dulzura el buzón
que le llevara mi carta.