Haciendo reminiscencia
de experiencias pasadas
me remonté a la adolescencia
y a mi bella enamorada.
La blancura de su tez
y sus manos de terciopelo
eran como el café
que me quitaban el sueño.
Ella tenía trece años
catorce tenía yo;
ovejas del mismo rebaño
en el corral del amor,
Siendo incipiente poeta
le escribí una carta,
trazando con mi mejor letra,
una a una, con el alma.
Le dí el escrito en sus manos
en él iba mi amor entero
pero su padre contrariado
tomó la carta, infundiendo miedo.
En ella le hablaba de sentimientos
de sonrisas y apretón de manos
de palabras hermosas convertidas en versos
y de un amor que no se apaga.
Alli le hablaba de mis sueños
y de mi amor nacido de repente
cuando contemplando luna y luceros
juré amarla para siempre.
Ella era un pozo de ingenuidad
donde quise saciar mi sed,
era un capullo que en su mocedad
que tal vez me quiso sin querer.
Sé que desperté su curiosidad
y probablemente me llevó en su pecho
pero nada llegamos a concretar
y dejamos todo morir en silencio.
Quedó en mí la duda de si me quería
y eso en verdad me martiriza…
Y en ella la duda de lo que la carta decía
aunque se volvió más tímida y escurridiza.
Nunca más volvió a abrir su ventana
nunca más volví a ver su carita
por eso esta eterna duda me acompaña
porque esta duda de amor es infinita.
Tal vez su padre ya haya muerto
y ella tal vez ya esté casada,
pero no ha fallecido lo que llevo dentro
y espero algún día poder hallarla.
Voy a decir su nombre
por si alguien la ve
sepan lo que esconde
desde tiempos de ayer.
Diré su nombre y apellido
para que no quede duda
que es cierto lo que escribo
con mucha tristura.
No, mejor me lo reservo
ella sabrá que es para ella
y yo seguiré andando el sendero
tropezando y tropezando con las piedras.
Autor: Alejandro J. Díaz Valero
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Bajo el Número 55620314
Maracaibo, Venezuela