Todo el ímpetu del mar
viaja en la ola desnuda
que crece cuando se agita
en un éxtasis de espumas,
y sobre la cresta indómita
de aquel elemento acuoso
el mar nos muestra su fuerza,
su bravura de coloso.
Y de pronto se desmaya
al sentir la tibia arena
que tan sedienta le espera
una y otra y tantas veces
como su mar lo prefiera.
Así llegan nuevos soles
y van muriendo los días,
y ocurren las tempestades
allá en las profundidades
del eterno mar bravío,
que solo siente reposo
cuando se acerca gustoso
a sus orillas de siempre;
es el mismo viejo mar
que hace escotillas temblar
y es la misma tibia arena
donde descansa ese mar
después de la gran faena.